domingo, 17 de abril de 2016

Cuando quieras olvidarme

Cuando quieras hablarme, háblame. Ahí estaré, esperando. Como siempre lo he hecho. Cuando quieras abrazarme, siente que te abrazo. Siente ese escalofrío que antes recorría cada lámina de tu piel cuando yo te rozaba. Cuando quieras olvidarme, trata de recordarme. Trata de no hacer menos de lo que yo hice por ti.

Intenta no evacuar tu frustración rompiendo mis recuerdos. Nuestros recuerdos. Los de cada momento que pasamos, que vivimos y que ya no volverán.  Recuerda cada instante que pasamos, cada palabra que nos dijimos o cada mirada que sustituyó a aquellas palabras. Siente que el vacío que ahora sientes, antes extrañabas.

Memoriza cada paso de los que ya has recorrido. Visualiza cada gesto que algún día nos hizo reír. Recuerda alguna letra de nuestro particular abecedario. Inventa nuevas metas que puedas perseguir, pero hazlo sin mi ayuda, sin mis manos acariciando cada ápice de tu cuerpo. Porque no hay un final digno si el camino se hizo estruendo, largo y aburrido. No es el caso de lo nuestro. Lo tuvimos todo y al final no lo apreciamos. Recorrimos el desierto con temperaturas bajo cero. Invertimos los deseos por un instante de lujuria.

Si te hablan de mi, pecaras con tu inocencia, dejando atrás todo aquello prometido, olvidando lo pactado y rompiendo nuestro récord.

Yo sigo insistiendo en el desespero de ver cerca la agonía que produce el vaivén de nuestro reloj. El que marcaba las historias que ahora ya no recuerdo. El que aceleraba los minutos que faltaban hasta nuestro encuentro. El que ralentizaba el universo cuando yo te daba un beso.

Y ahora que todo terminó me pregunto si algún día fui capaz. Si alguna vez mi cabeza fue tan tenaz y locuaz de mantenerse ordenada en este caos en el que ahora me encuentro. Me pregunto si seré capaz de no expresarte a cada segundo lo que siento, con la impotencia del que dio todo para recibir muy poco, del que luchó a muerte a cambió de una tregua de oxígeno para dejar de respirar. Para ver así cada sentimiento que por mi mente se asomaba.

Ahora sabes de lo que fui capaz, de lo que pudiste hacer y de lo que decidiste ignorar. De romper ese vaso que aun estando medio lleno, medio vacío lo quisiste ver.

¿Sabes? Cuando quieras olvidarme, ya te habré olvidado. 

Mientes

Mientes. Y lo haces de maravilla. No tanto por tu objetivo si no por lo de que lo haces a menudo y tal. Y es que no pasa nada, nadie es perfecto, ni tan siquiera mintiendo. Volviendo a lo del objetivo, de mentir, es engañar, ¿no? Ese es el objetivo de todo aquel que miente, engañar. Pero recuerda algo, no todo el que miente es mentiroso.

Puedes mentir a diario, casi siempre o casi nunca. Pero jamás puedes mentir si la mentira no es tal. Que si no cuela, no cuela. Y tu mentira no será mentira y por lo tanto jamás habrás mentido.

No obstante te vuelvo a reconocer que lo haces de maravilla. Porque a pesar de todo no dejas de intentarlo. No desaprovechas nunca una ocasión para intentar mentir. Te da igual la circunstancia y la persona. No te importa mentir al respecto de nada ni ante nada, ni siquiera cedes en la mentira ni ante tu santa madre.

Intentas esconder tus fracasos con mentiras. Inventas éxitos que no son tal en tu vida. ¿Y todo para qué? ¿Qué ocultas? ¿Quién o qué tratas de ser con tus mentiras? Basas tu existencia en la mentira como modo de vida. Ocultas tus miedos bajo una manta de mentiras que no hacen otra cosa que perjudicarte. Vives en un mundo que no es real.

¿Quieres ser mejor o aparentarlo? Si eliges lo segundo, está bien, es tu decisión. Pero si eliges lo primero, lo de ser mejor, estoy seguro de que puedes. Nada hay que esconder. Ni el más grande de los defectos superará jamás al defecto que padecen los mentirosos. Como dijo aquel, tú eres tú y tus circunstancias y nadie podrá nunca mirarte por encima del hombro por ser como eres, incluso si eres diferente.

De verdad, de corazón, te invito a vivir sin tapujos. A no esconderte de nada ni de nadie. A no tener miedo a mostrarte tal y como eres. Te invito a aprender de tus errores y a no esconderlos con mentiras; te invito a mostrarlos para que no sean un lastre en tu vida. Porque solo siendo tú podrás acercarte y alcanzar eso que llaman felicidad.

Lo más paradójico de todo, lo más real y lo más triste probablemente es que quien miente, no engaña a otro que a sí mismo. Así que no lo hagas por los demás, por nada ni por nadie. Hazlo por ti. Quiérete y vive de verdad. Con esa verdad por delante… tu verdad.

Cuando vuelvas

Cuando vuelvas todo seguirá igual. O porque no decirlo, cuando vuelvas, todo será mejor. Nada cambiará pero todo será diferente. Cuando vuelvas dejaré de extrañar tu presencia y dejaré de envolver mi deseo en un envoltorio que se antoja cada vez más oscuro.

Cuando vuelvas ya no habrá tiempo. No existirán relojes que marquen los momentos en los que algo deberá o no suceder. Cuando vuelvas no habrá fechas ni calendarios. Cuando vuelvas no existirán esos anhelos tuyos por los que partiste. Ellos saben que te fuiste y no dudarán en marcharse cuando estés de vuelta.

Cuando vuelvas a abrir esta puerta encontrarás todo ordenado, limpio y en su sitio. Como a ti te gusta y como debe estar. En ese perfecto orden en el que las historias que vivimos mantienen un equilibrio bastante estable dentro del desnivel que supuso tu marcha.

Cuando vuelvas me encontrarás despierto, impaciente y deseoso de encontrar un abrazo tuyo. Desde que te fuiste no he dejado de imaginarlos. No he podido evitar no sentir esa sensación que me producía el simple contacto con tu piel. Los escalofríos aún siguen en alerta, agazapados sobre mi cuerpo.

Cuando vuelvas, la miseria y la agonía morirán para de nuevo dar paso a la alegría. Cuando vuelvas los destrozos producidos se verán recompensados por una sonrisa. Cuando vuelvas se reconstruirá cada parte del castillo que se vino abajo con los malos recuerdos.

Porque cuando vuelvas todo recobrará sentido. La bombilla de la habitación volverá a brillar como antes y el manto de estrellas que cubría nuestra cama paseará de nuevo sobre nuestro particular cielo de la mano de una de esas lágrimas que dejaste derramadas en la mesilla. De esas lágrimas de incomprensión, de impotencia y de tristeza. Esas lágrimas, de verdad, serán ahora de alegría.

Pero cuando vuelvas no olvides traer las llaves. Te las debiste olvidar con las prisas al igual que las maletas. Te las intenté mandar pero el cartero me las devolvió al igual que saltó el contestador cuando intenté llamarte.


Cuando vuelvas, por favor, recuérdame porque te fuiste. Cuando vuelvas, si es que vas a volver.